TEMA 13.1.)
Transformaciones económicas. Proceso de desamortización y cambios agrarios. Las
peculiaridades de la incorporación de España a la revolución industrial.
Modernización de las infraestructuras: El impacto del ferrocarril.
Abordamos a continuación una serie de aspectos
referentes a la evolución económica de la España del XIX. En líneas generales
cabría apuntar que la economía española de la centuria dista bastante del
contexto internacional más desarrollado. Prueba evidente de ello es que la revolución
industrial española es ciertamente más modesta e incompleta que las
experimentadas por países como Gran Bretaña (I Revolución Industrial 1750-1850)
en un primer estadio y Japón, Estados Unidos y Alemania en segundo término (II
Revolución Industrial 1870-1914).
A) Proceso de desamortización y cambios agrarios.
A lo largo de todo el
siglo XIX el país sigue siendo dependiente del sector primario y más
concretamente de la agricultura. No será hasta el siglo XX cuando el peso de lo
agrícola vaya disminuyendo en favor del secundario y posteriormente del
terciario, si bien a comienzos de la nueva centuria todavía ocupa al 66 % de la
población. Precisamente por este predominio de la agricultura los liberales del
XIX intentaron acometer una reforma agraria que llevará aparejada medidas
encaminadas a liberalizar el mercado de la tierra, para lo cual propusieron:
*La supresión de los mayorazgos (1836): Inalienables hasta la fecha,
pasan a convertirse en propiedades plenas y libres que podían ser objeto de
venta, donación y hasta de embargo.
*La abolición del régimen señorial (1837): Se procede a la supresión
de los derechos señoriales de carácter jurisdiccional, tales como la
administración de justicia, y se transforman las tierras de los señoríos en
propiedades plenas y libres de sus legítimos dueños.
*Las desamortizaciones: Consistentes en la expropiación por parte
del Estado de tierras eclesiásticas y municipales para su posterior venta a
particulares en pública subasta. Destacaron las practicadas por Mendizábal (1836/37)
y Madoz (1855/56), ambas durante el transcurso de gobiernos progresistas. Por
lo que se refiere a la de Mendizábal, esta afectó fundamentalmente a
propiedades de la Iglesia con el triple objetivo de sanear la Hacienda pública,
financiar la guerra civil que se estaba librando contra los carlistas y
convertir a los nuevos propietarios en adeptos a la causa liberal. En cuanto a
la de Madoz, se centró en las tierras eclesiásticas no vendidas todavía y
principalmente en la propiedad municipal. En este caso, amén de proseguir
paliando la deuda pública, su objetivo era financiar infraestructuras que
dinamizaran la economía española y más específicamente la red de ferrocarriles.
El saldo final de estas
medidas será positivo, pues la agricultura española aumenta la superficie
cultivada, mejora sus medios técnicos, intensifica la producción y se
especializa cada vez más en cultivos mediterráneos. Empero, las mejoras
agrícolas no fueron tan significativas como para impulsar posteriormente una
revolución industrial tal y como ocurriera en el caso británico. Concretamente
las desamortizaciones no hicieron tambalearse la estructura latifundista de la
propiedad agraria ni favorecieron la creación de una clase media en el ámbito
rural. Además, los capitales generados con la venta de propiedades no fueron
destinados a la industria, sino que básicamente se reinvirtió en agricultura o
contribuyó a disminuir la galopante deuda pública. Incluso cabría apuntar un
importante perjuicio para los campesinos más pobres, que hasta la fecha se
habían beneficiado del cultivo de las tierras de propiedad eclesiástica y
comunal.
Entre sendas
desamortizaciones cabría finalmente destacar el impulso de una notable reforma
de la Hacienda conocida con los apellidos de sus promotores Mon-Santillán,
quienes en 1845 pusieron en marcha una ley que pretendía superar la
organización propia del Antiguo Régimen y promover una sistema fiscal moderno,
simplificado, racional y marcado por la clara división de impuestos.
Cabría finalmente
significar en este panorama económico presidido por la agricultura que en el
último cuarto del siglo (1875-90), conoce una crisis marcada por la llegada de
productos extranjeros más baratos que los nacionales, procedentes de EEUU,
Canadá, Argentina y Australia, de la que se derivarán consecuencias tales como
el aumento del proteccionismos aduanero sobre los productos españoles, el
incremento de la emigración a las ciudades y a ultramar y una progresiva
reconversión del sector que se extenderá hasta 1910. Ente los principales
cambios promovidos destacamos la intensificación de la especialización, al
reducción de costes, el incremento de la productividad y el interés creciente
por generar excedentes para la exportación.
B) La revolución industrial en España. El ferrocarril.
Algunas de las
características apuntadas en el apartado anterior impulsan a que una amplia
nómina de autores concluyan que España carece de una revolución industrial
propiamente dicha, aunque a lo largo del XIX percibamos el despegue de la
industria textil catalana y de las siderurgias malagueña (1830-64), asturiana
(ligada a la minería 1864-79) y vasca (finales del XIX).
En la textil destacó el
sector del algodón, para cuyo desarrollo se apoyó en la protección arancelaria.
Sin embargo, sus posibilidades de crecimiento fueron limitadas por su
incapacidad para atraer al sector bancario, ya que predominaba la
autofinanciación familiar, ya la industria de bienes de equipo para las
fábricas textiles.
Por lo que se refiere a la
siderurgia, esta se basaba en los recursos mineros españoles (hierro en Málaga,
Vizcaya y Santander, cobre y pirita en Huelva, plomo en Cartagena, cinc en
Asturias), los cuales apenas se exportaban hasta que la Ley de Minas de 1868
favoreció un cambio de tendencia. Así, en 1900, los minerales constituían un
tercio de las exportaciones españolas.
Este sector industrial se
irá progresivamente diversificando hacia ramas como la industria química, la
papelera, astilleros, de la construcción y la automovilística. Asistiremos
también a la transición energética del carbón a la electricidad y ya a
comienzos del XX dará sus primeros pasos el petróleo. Finalmente para apoyar y
difundir este auge, será imprescindible la generalización de un nuevo medio de
transporte, el ferrocarril.
Ya en 1844 una Real Orden
sobre Creación de Ferrocarriles, permitió la construcción de las primeras
líneas ferroviarias: Barcelona-Mataró y Madrid-Aranjuez. Sin embargó será la Ley
General de Ferrocarriles (1855) la que permita despegar al sector contemplando
una amplia nómina de privilegios para aquellos que dinamizaran el sector
ferroviario. Pese a todo la construcción de la red ferroviaria se tacha de
tardía, acelerada e irracional, amén de no beneficiar siempre a la industria
nacional, ya que buena parte del capital, tecnología e iniciativa empresarial
provino del vecino francés.
C) Otros rasgos del cambio económico: comercio exterior y sistema
financiero.
Los cambios acontecidos en
el plano agrícola e industrial a los que nos hemos referido, llevan aparejados
una serie de transformaciones que afectan a los intercambios internacionales y
al sistema financiero.
Por lo que se refiere al
comercio exterior, España se especializó en exportar materias primas y
productos semielaborados. Esta dinámica, inscrita en un marco esencialmente
proteccionista, derivó en un déficit comercial crónico que tuvo que financiarse
con las remesas de dinero enviadas por los emigrantes, las importaciones de
capital y los préstamos suscritos en el extranjero por el Estado.
En cuanto al sistema
financiero, era preciso consolidar una dinámica de estabilidad que respaldara
el desarrollo industrial. Sin embargo, el Estado se obsesionó con incrementar
las arcas públicas y ejerció un fuerte dirigismo sobre el sector estatal. De
hecho, la banca privada está ligada a la expansión de la red ferroviaria, en
torno a la cual nacen entidades como el Banco de Barcelona, el Banco de
Santander y el Banco de Bilbao. Por lo que respecta a la banca estatal, esta
tuvo un referente en el Banco de San Fernando (1829), convertido en 1856 en
Banco de España.
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