Platón
1. MAPA
CONCEPTUAL DEL PENSAMIENTO DE PLATÓN
Platón, decepcionado por la organización política de la
Atenas de su época -al ser condenado a muerte su maestro Sócrates-, piensa que
la razón de la corrupción existente en la vida política se encuentra en el
escepticismo sofista. Si, como éstos afirman, no existe la verdad, si sólo vale
la opinión, y todas las opiniones tienen el mismo valor, la única política
posible es la que se basa en la violencia física o económica.
Platón piensa que si la ciencia consiste en un conjunto
de afirmaciones universales, necesarias e inmutables, y la ciencia existe y
tiene valor, sólo puede ser porque existen objetos o realidades universales,
necesarias e inmutables. Y como estos objetos no existen en este mundo sensible,
compuesto todo él de cosas cambiantes y concretas, tienen que tener su sede en
“otro mundo”, que el denominará el mundo de las Ideas. Existen, pues, dos mundos: el sensible, en el que estamos, y el mundo
de las ideas. Más aún, de estos dos mundos, el auténtico es el “otro”, el
de las ideas. El mundo sensible es una copia del mundo de las ideas. Pero, ¿de
dónde obtiene el hombre sus conocimientos científicos si los objetos
universales, necesarios e inmutables no están en este mundo? Platón soluciona
este problema hablando de un hombre que es cuerpo, pero sobre todo alma; un
alma eterna que ha vivido en el mundo auténtico de las ideas y que, aunque ha
olvidado lo visto en ese mundo al unirse al cuerpo, puede recordarlo al ver sus
copias en el mundo sensible.
Esta concepción dualista del hombre se traslada después a
la ética. Si lo valioso del hombre es su alma, si el cuerpo es solamente la
cárcel del alma, el hombre deberá vivir de tal manera que sea su alma racional
la que dirija las otras dos partes del alma: irascible y
concupiscible. La virtud seguirá unida, como en Sócrates, a la sabiduría, y la
contemplación y la felicidad se convierten en un ideal del que se puede estar
más o menos cerca, pero nunca alcanzar plenamente mientras el alma esté unida
al cuerpo.
La concepción platónica del Estado y de la sociedad está
influida por su concepción del alma humana. Para Platón la sociedad no es sino una prolongación del alma, compuesta -lo
mismo que el alma- por tres estamentos distintos. Para funcionar adecuadamente
debe organizarse de manera que cada estamento cumpla con sus funciones
adecuadamente. Además, sólo en sociedad puede el individuo alcanzar la virtud,
sólo una organización social justa del Estado puede proporcionar al hombre el
acercamiento a la justicia.
2. TEORÍA DE
LAS IDEAS
La doctrina central de la filosofía platónica es la teoría de las ideas. Esta teoría
consiste en la afirmación de que existen
entidades inmateriales, absolutas, inmutables y universales independientemente
del mundo físico: por ejemplo, la justicia en sí, la bondad en sí, el hombre en
sí, las entidades matemáticas en sí. De ellas obtienen su ser todo lo justo,
todo lo bueno, todos los hombres, todo lo armónico y proporcionado que hay en
el mundo físico. No se trata de conceptos, de construcciones mentales. Se
trata de realidades, más aún, de las únicas realidades en sentido pleno, ya que
de ellas deriva todo lo que hay de real en el mundo físico. Las Ideas son
realidades inteligibles e inmateriales con existencia independiente del mundo
físico. Las Ideas son inmutables, eternas, universales y modelos de las
realidades del mundo físico.
Platón, por tanto, separa
las ideas del mundo sensible. ¿Cuál es la relación entre las ideas y las
realidades individuales del mundo sensible? En el diálogo Fedro aparece una narración
mítica en la que se cuenta el destino de las almas. En este mito cada una
de las almas es representada como un carro, dirigido por un auriga, del que
tiran dos caballos, blanco el uno y negro el otro. Las almas ascienden hasta el
universo, desde donde pueden contemplar las ideas, situadas fuera del universo,
en un lugar
suprasensible. Lo que Platón quiere expresar al afirmar su separación
del mundo físico es que las ideas no dependen en su ser, en su verdad y en permanencia,
de las cosas sensibles: un triángulo (la idea de triángulo, el triángulo ideal)
es lo que es y posee las propiedades que posee, independientemente de que tal
esencia se realice o no en el mundo sensible, físico.
Sin embargo, aunque las ideas no dependen en su ser de
los seres sensibles, éstos sí dependen de ellas: una figura es un triángulo en
la medida en que en ella se realiza la idea de triángulo, una acción es justa
en la medida en que en ella se da la idea de justicia, etc. ¿Cuál es, entonces,
la relación de los seres sensibles con las ideas? Dos términos caracterizan
esta relación: participación (los seres sensibles participan de las ideas
correspondientes) e imitación (los seres sensibles imitan a las ideas). La noción de
imitación pone el acento en que las ideas son modelos, son paradigmas
que las cosas pretenden imitar, a los cuales quieren acercarse, sin conseguir
igualarlos plenamente jamás: ninguna esfera física, de bronce o de madera, es
plena y perfectamente esférica, sólo lo es la esfera ideal. Las ideas son,
pues, ideales que no llegan a cumplirse perfectamente en el ámbito de
lo sensible. Por lo demás, Platón reconoció la dificultad de explicar de manera
adecuada la separación de las ideas y su relación con los seres sensibles. A
cada clase de objetos que existen en el mundo sensible corresponde una idea,
una esencia, en el mundo suprasensible, y esta idea es la auténtica realidad.
El mundo sensible, el mundo en el que vive el hombre es, pues, una realidad de
segunda clase, de categoría inferior, que únicamente es en la medida en que
participa del mundo de las ideas.
Las características de las ideas son:
➔ Las ideas son objetivas: no son
pensamientos o contenidos del pensamiento, son realidades ideales auténticas y
arquetipos de todo lo sensible.
➔ Son inmutables e indivisibles, a diferencia de
las cosas del mundo sensible que cambian continuamente y son divisibles. Las
ideas no cambian nunca y esto es lo que permite que se puedan definir y conocer
con precisión. Aunque cada hombre cambie a lo largo de su vida, la idea de
hombre es siempre la misma: no crece, ni cambia, ni muere.
➔ Son universales, mientras que las
cosas sensibles son individuales.
➔ Son atemporales,
eternas: no han comenzado a existir ni dejarán de existir. Aunque todos los hombres
murieran, la idea de hombre seguirá siendo la que es, como la idea de
dinosaurio es la que es aunque ya no exista ninguno.
➔ Son únicas: aunque existan
muchos hombres, todos proceden de la idea de hombre. La unidad implica unicidad: no hay dos ideas
iguales.
➔ Son perfectas: si los seres
materiales son copias imperfectas, las ideas son modelos.
➔ Son inteligibles:
sólo pueden ser
conocidas por la razón, no por los sentidos.
➔ Se encuentran jerarquizadas
formando una
especie de pirámide en cuya cúspide está la Idea suprema, la Idea de Bien, la
causa del ser y la inteligibilidad de todas las demás.
Las ideas, pues, tienen existencia real, son causa de las
cosas, son modelos del mundo sensible. Es más, al ser causa del mundo sensible,
las ideas son más reales que lo que llamamos realidad, son la verdadera
realidad. El mundo de las ideas alberga ideas o formas de los seres físicos y
también ideas matemáticas. A él pertenecen también el conjunto de ideas morales
y políticas a que han de acomodarse la conducta individual y la organización de
la convivencia social. Para Platón las ideas no son un aglomerado inconexo de
esencias, sino que constituyen un sistema en el que todas se ensamblan y
coordinan. La estructura de las ideas es jerárquica y en su cúspide se
encuentra la idea de bien, Platón la representa no sólo como la idea
suprema, sino también como causa última de la verdad y causa última
del ser de todas las cosas.
3. EL
CONOCIMIENTO
Platón ha de responder a la pregunta de cómo es posible
que el hombre pueda obtener conocimiento. Si el hombre puede poseer
conocimientos necesarios, universales e inmutables, es porque existen “objetos
reales” que son necesarios, universales e inmutables, ya que, en caso
contrario, el conocimiento científico carecería de valor al no poseer un objeto
del que fuera correspondencia. Como hemos visto, estos objetos universales,
necesarios e inmutables constituyen el mundo de las ideas o mundo inteligible.
Todo lo expuesto hasta el momento muestra que la
concepción de la realidad platónica es dualista: por una parte están las ideas que son la auténtica
realidad y, por otra parte, los seres físicos, cambiantes y corruptibles.
Veremos a continuación cómo a estos dos niveles de realidad corresponden
también dos niveles de conocimiento: conocimiento sensible u opinión (dóxa) y
conocimiento intelectual o ciencia (epistéme), que podemos
definir de la forma siguiente:
El conocimiento sensible es el que
obtenemos a través de los sentidos, es el conocimiento de las realidades
materiales que están en continuo cambio. Este conocimiento no es auténtico
conocimiento sino mera opinión o dóxa, por dos razones:
a) por la vía de acceso a este conocimiento -los sentidos- que son fuente de
error y engaño, esto es, por cómo se conoce; y b) porque los objetos que
mediante ellos se conocen son individuales, contingentes y cambiantes, es
decir, por lo que se conoce. Es, por tanto, un conocimiento de segunda clase,
no es auténtico conocimiento.
Por su parte, el conocimiento intelectual es el auténtico
conocimiento, el verdadero conocimiento, el que nos proporciona ciencia o epistéme.
Además, dentro de estos dos tipos de conocimiento
distingue Platón diversos grados:
1. La Imaginación o conjetura (eikasía) que es el
conocimiento de las imágenes y sombras de las cosas sensibles.
2. La Creencia (pístis) es el
conocimiento de las cosas sensibles a través de los sentidos.
3. El Pensamiento discursivo o
Razonamiento o razón discursiva (diánoia) es el conocimiento
de unas realidades a través de otras, es el conocimiento de los objetos matemáticos
que son entidades intermedias entre el mundo sensible y el inteligible.
4. El Conocimiento o Dialéctica o razón intuitiva
(nóesis) es el
conocimiento de las ideas que se conocen directamente, sin ayuda de imágenes
sensibles, en una visión intelectual. La dialéctica no es un conocimiento
discursivo sino intuitivo, directo e inmediato.
La mayoría de los hombres se mueven en el campo de la
opinión, y sólo los filósofos ascienden, por medio de la dialéctica, hasta la
pura intelección del Bien. La dialéctica es el camino que sigue la razón cuando
abandona lo sensible y se dirige hacia las ideas, hasta alcanzar la intuición intelectual
del mundo de las ideas, de su estructura y de sus relaciones. Ahora bien, si
las ideas están en otro mundo distinto a éste en el que vive el hombre, ¿cómo es
posible que éste las conozca? Platón va a afirmar que el
conocimiento auténtico, el conocimiento científico, que tiene por objeto las
ideas, es recuerdo, “anámnesis”, y no conquista o adquisición. Por eso, aprender es
sinónimo de recordar y enseñar equivale a “ayudar a recordar lo olvidado”. El
alma conocía las ideas antes de encarnarse en el cuerpo a raíz de un castigo,
esto hace que se olvide de ellas. Pero como el mundo sensible es copia del
mundo de las ideas, sirve como ocasión para que poco a poco y con esfuerzo, el
alma recuerde lo ya conocido. La teoría platónica según la cual aprender es
recordar se denomina teoría de la anámnesis o de la reminiscencia.
4. EL SER
HUMANO
Para Platón el hombre es un alma espiritual y eterna
encerrada o encarcelada en un cuerpo. El auténtico hombre es el alma, y su
destino la sabiduría; el cuerpo no es más que su cárcel, su sepulcro, un obstáculo
que le impide dedicarse a su verdadero destino. Es cierto que Platón distingue
en el hombre tres tipos de almas, pero sólo una de ellas, la racional, de
naturaleza espiritual, es el auténtico hombre; las otras dos, la irascible y la
concupiscible, son propias del cuerpo y desaparecen cuando éste muere.
El alma, afín a las ideas y como ellas inmaterial y
simple es, por naturaleza, inmortal, porque va a seguir existiendo cuando el cuerpo del
hombre muera y, también, porque ha vivido en el mundo de las ideas antes de
unirse accidentalmente al cuerpo. La unión del alma con el cuerpo no es un estado
esencial del alma, sino un estado accidental y transitorio o temporal.
Platón, influido por el pitagorismo, posee una concepción
peyorativa del cuerpo. El cuerpo es la cárcel del alma, el lugar donde ésta ha
sido encerrada como castigo por una culpa. Mientras el alma habite en el
cuerpo, estará como en una tumba, y sólo la muerte del cuerpo será la
liberación del alma. Platón define el cuerpo como cárcel, tumba, sepulcro,
lastre, estorbo; el cuerpo es la raíz de todo mal, origen de amores alocados,
pasiones, enemistades, discordias, ignorancia y demencia: todo lo que
constituye la ruina del alma. Por eso vivir debe ser “prepararse para morir”,
un ejercicio de purificación para librarse poco a poco del cuerpo y de sus
inclinaciones, a fin de que el alma pueda volver cuanto antes al lugar que le
corresponde: el mundo de las ideas.
En el Fedro Platón compara el
alma humana con un carro alado, en el que el auriga, el conductor del
carro, el alma racional, cuenta con un corcel blanco noble y disciplinado, el
alma irascible, y otro negro de mala casta e indómito, el alma concupiscible.
El arte del auriga consiste en templar con prudencia la fogosidad del corcel
negro (alma concupiscible) y acompasarlo con el blanco (alma irascible) para
correr sin perder el equilibrio. Así pues, nuestro filósofo distingue en el alma tres partes que son la
razón o alma racional, el ánimo o alma irascible y el apetito o alma concupiscible.
Al alma racional corresponde controlar y ordenar el apetito -alma
concupiscible-. En el apetito residen los deseos irracionales y la búsqueda de
placeres que se oponen a la razón. El alma irascible o ánimo es el coraje o
fuerza, que a veces cede a las exigencias del apetito, pero que puede y debe
convertirse en aliado de la razón en la tarea de someter y controlar las
demandas del apetito
5. ÉTICA Y
POLÍTICA
Como Platón piensa que el alma humana no es
exclusivamente racional -existen tres almas o tres partes del alma-, a la hora
de señalar cuál debe ser el ideal del comportamiento humano, afirma que el alma superior, que es la racional, debe
someter y dirigir a las otras dos almas, la concupiscible y la irascible, y
dedicarse a su actividad propia que es el conocimiento; sólo entonces se
alcanzará la salud del alma. El principio socrático continúa, pues, actuando.
La razón es el elemento fundamental en el hombre y, por eso, el
perfeccionamiento del hombre consiste en que prevalezca en él, cada día más, el
elemento racional sobre el pasional y el instintivo. Al desarrollarse el
elemento racional, mediante la educación, no sólo se dominará mejor al corcel
noble (alma irascible) y al corcel indómito (alma concupiscible) -al león y a
la bestia, como dice en otros textos-, sino que se conocerá mejor el Bien y,
por tanto, se obrará mejor.
El ideal de la vida humana consiste, para Platón, en que
el alma auténtica, el alma racional, se dedique al ejercicio de la actividad
que le es propia: la racionalidad, la contemplación de las ideas. Sólo mediante
la sabiduría se realiza el hombre plenamente y alcanza la felicidad. Pero para dedicarse
el hombre a la contemplación necesita ser virtuoso, por lo menos en cierta
medida. No existe, pues, como en Sócrates, una identificación total entre
sabiduría y virtud. La virtud es necesaria para la sabiduría, pero no se
identifica con ella.
Hemos visto que el mito del carro alado es una alegoría
del alma humana: la nobleza de su ánimo está simbolizada en el caballo blanco;
el corcel negro representa la pasión irracional; el auriga es la razón que
controla y acompasa las dos fuerzas antagónicas. La ética platónica se deriva
de este análisis del alma humana. A cada una de sus partes le corresponde una
virtud propia. Al alma concupiscible -apetito- (el caballo negro) le
corresponde la templanza o moderación, que es la virtud que permite al hombre
moderar sus apetitos; al alma irascible -voluntad- (el caballo blanco) le
corresponde la fortaleza o valor, que es la virtud que mueve al alma a superar las
dificultades en su ascensión hacia el mundo de las ideas, la capacidad de
sacrificio; y, por último, al alma racional -inteligencia- (el auriga) le
corresponde la prudencia o sabiduría, que es la virtud que acerca al alma al mundo
de las ideas.
La justicia será el ordenamiento adecuado de estas tres
partes del alma. Tal ordenamiento tiene lugar cuando cada parte del alma
ejerce adecuadamente la función que le corresponde y posee la virtud que le es
propia. La justicia, por tanto, no es una virtud aparte, sino la armonía y el
orden que surge cuando cada parte del alma cumple su función. Así pues, cuando cada
una de las partes del alma se comportan adecuadamente, el alma -en su conjunto-
es justa y ordenada. Y esto ocurre cuando el apetito y el ánimo (alma
concupiscible y alma irascible) se someten a los dictados de la razón -alma
racional- y reconocen a ésta el papel rector que le corresponde. Ahora bien,
para que esto suceda es necesaria una educación adecuada. Una buena educación
hará que el alma irascible se alíe con el alma racional sometiendo a la
concupiscible a sus dictados; mientras que una educación inadecuada traerá
consigo que el alma irascible se alíe al alma concupiscible arrastrando al alma
racional.
En Platón no se da una identificación total entre
sabiduría y virtud. En la ética platónica la virtud tiene tres sentidos
complementarios:
➔ Siguiendo el intelectualismo
moral de Sócrates, la virtud sigue siendo sabiduría, sólo se puede ser virtuoso siendo sabio (contemplación
de las ideas).
➔ Pero, además, la
virtud es purificación por la cual el alma se libera del cuerpo.
➔ Y, finalmente, por
la concepción tripartita del alma la virtud es considerada como justicia, entendiendo por
tal una armonía u orden entre las facultades del alma.
Platón hereda de Sócrates la convicción de que sin justicia
no puede haber felicidad auténtica. Solamente el hombre justo puede ser feliz, y solamente
en un estado justo puede alcanzarse la felicidad. Por ello, Platón establece
una clarísima correlación entre alma y Estado, entre ética y política, de tal
modo que la ética conduce a la política.
➔ Correlación
estructural entre el alma y el Estado. El Estado posee la misma estructura tripartita que el
alma. Tres son, en efecto, las clases sociales que componen un Estado: productores, guardianes y gobernantes. Estos tres
grupos sociales se corresponden con las tres partes del alma: los productores
con el alma concupiscible o apetito, los guardianes con el alma irascible o
ánimo y los gobernantes con el alma racional o razón.
➔ Principio de
especialización funcional. Cada grupo social ha de dedicarse a la tarea o función
que le es propia. La justicia en el Estado se realiza cuando cada uno de los
grupos sociales realiza la función que le corresponde y la realiza de modo
adecuado, por poseer la virtud que le es propia: prudencia o
sabiduría en el caso de los gobernantes, fortaleza o valor en el caso de los guardianes y templanza o
moderación en el de los productores.
·
Los gobernantes tienen como función organizar la sociedad y dirigir a los
ciudadanos hacia la consecución del bien común, serán elegidos de entre los
mejores guardianes, siendo su virtud propia la prudencia o sabiduría. Y como
los filósofos son los que han contemplado la Idea de Bien son los únicos
capaces de gobernar.
·
Los guardianes serán los encargados de defender el Estado de sus enemigos
exteriores.
·
Los productores (agricultores, artesanos y comerciantes), que constituyen
la clase más numerosa, tienen como misión producir y elaborar los bienes
necesarios para satisfacer las necesidades de toda la comunidad.
Solamente cuando estos estamentos vivan en armonía, es
decir, cuando cada uno cumpla con sus funciones sin inmiscuirse en el campo de
las funciones de los demás, se dará el equilibrio social y se realizará la
justicia.
Tanto en relación con el alma individual como en relación
con el Estado, la idea central de Platón es que a la razón
corresponde dirigir y gobernar. Las otras partes del alma (irascible -ánimo- y
concupiscible -apetito-) han de obedecer a la razón, los otros grupos sociales
(productores y guardianes) han de obedecer al gobernante-sabio en quien se
encarna la razón. La educación es un proceso de selección de los mejores.
Platón considera que la clase de los productores no requiere una educación
especial; sin embargo, no ocurre lo mismo con la educación de las otras clases
sociales. Al hablar de los guardianes dice que hay que educarlos de manera que sepan
reprimir sus apetitos sensibles, refrenar sus deseos y no tener otro objetivo
que la salvaguardia de la comunidad. Finalmente, los gobernantes serán elegidos
de entre aquéllos que hayan demostrado una mayor voluntad de justicia y se les
educará en una serie de disciplinas que les enseñen a desconfiar de lo sensible
y a valorar lo inteligible, para que de esta manera estén preparados para
acceder, cuando llegue el momento, a realizar el último paso de la dialéctica y
contemplar la Idea de Bien. Este momento no será nunca antes de los cincuenta
años.
La utopía platónica de la República comporta, pues,
algunas medidas radicales, cuya finalidad es también de carácter moral. Así,
Platón proclama la absoluta igualdad entre hombres y mujeres: éstas serán
entrenadas y educadas del mismo modo que aquéllos y tendrán las mismas oportunidades
de llegar a ser guardianes y gobernantes. Además se suprime la
familia y se elimina la propiedad privada para los guardianes y los gobernantes
(no para los productores). Estas dos últimas medidas tienen una función
exclusivamente moral: se pretende evitar que el egoísmo se apodere de guardianes
y gobernantes; se trata de promover el sentimiento de comunidad entre ellos,
evitando que “desgarren la ciudad llamando mío no a lo mismo, sino
cada cual a una cosa distinta”, algo que ocurriría si cada cual poseyera “mujeres e
hijos distintos”.
EL MITO DE LA
CAVERNA
Dice así: imaginemos unos hombres que viven en una
caverna cuya entrada está abierta hacia la luz en toda su anchura y con un
largo vestíbulo de acceso. Imaginemos que los habitantes de esta caverna tienen
las piernas y el cuello atados de tal forma que no pueden darse la vuelta y
que, por tanto, sólo pueden mirar hacia la pared del fondo. Imaginemos, luego,
que a escasa distancia de la entrada de la caverna existe un muro de la altura
de una persona; que detrás de esa pared caminan otros hombres que llevan sobre
los hombros diversas estatuas de piedra y madera, que representan toda clase de
objetos; y que detrás de éstos arde una hoguera. Imaginemos, además, que en la
caverna hay eco y que los hombres que pasan más allá del muro hablan entre sí,
de modo que por efecto del eco retumban sus voces en el fondo de la caverna.
Si tales cosas ocurriesen, aquellos prisioneros no podrán
ver más que las sombras de las estatuas que se proyectan sobre el fondo de la
caverna y sólo podrían oír el eco de las voces. Sin embargo, al no haber visto
jamás otras cosas, creerían que aquellas sombras constituían la única y verdadera
realidad y que el eco de las voces eran las voces producidas por aquellas
sombras.
Supongamos, ahora, que uno de estos prisioneros logre con
gran esfuerzo zafarse de sus ligaduras. Le costaría mucho acostumbrarse a la
nueva visión que adquiriría. Una vez acostumbrado vería las estatuas moviéndose
por encima del muro, y por detrás de ellas el fuego; y, entonces comprendería
que se trata de cosas mucho más verdaderas que las que antes veía y que ahora
le parecen sombras. Supongamos, además, que alguien saca fuera de la caverna a
nuestro prisionero, llevándole más allá del muro. Al principio quedaría
deslumbrado por la gran luminosidad. Luego, al acostumbrarse, vería las cosas
en sí mismas y, por último, primero reflejada en algo y luego en sí misma,
vería la luz del sol y comprendería que éstas -y sólo éstas- son las auténticas
realidades y que el sol es causa de todas las demás cosas visibles. Pero, ¿qué simboliza este mito? Podemos distinguir
cuatro significados que vamos a ver a continuación.
En primer lugar, este mito
representa los distintos grados ontológicos de realidad, es decir, los géneros
del ser sensible y suprasensible, junto con sus subdivisiones: las sombras de
la caverna son las meras apariencias sensibles de las cosas y las estatuas son
las cosas sensibles. El muro es la línea divisoria entre las cosas sensibles y
las suprasensibles. Más allá del muro, las cosas verdaderas simbolizan el
verdadero ser -las ideas- y el sol simboliza la Idea de Bien.
En segundo lugar, el mito
simboliza los grados de conocimiento, en sus dos especies y en sus dos grados.
La visión de las sombras simboliza la eikasia o imaginación y la
visión de las estatuas es la pistis o creencia. El
paso desde la visión de las estatuas hasta la visión de los objetos verdaderos
y la visión del sol -primero mediata, y luego, inmediatamente- representa la diánoia o pensamiento
discursivo y la nóesis o dialéctica (pura intelección) respectivamente.
En tercer lugar, el mito de la
caverna simboliza también el aspecto ascético, místico y teológico del
platonismo. La vida en la dimensión de los sentidos y de lo sensible es la vida
en la caverna, mientras que la vida en la dimensión de la razón es la vida a
plena luz. El pasar desde lo sensible hasta lo inteligible está específicamente
representado como una liberación de las ataduras, una con-versión. La visión
suprema del sol y de la luz en sí es la visión del Bien y la contemplación de
lo divino.
Finalmente, el mito de la
caverna también manifiesta una concepción política. En efecto, nuestro filósofo
nos habla de un regreso a la caverna por parte de aquél que se ha liberado de
las cadenas, y tal regreso tiene como objetivo la liberación de las cadenas que
sujetan a quienes habían sido antes sus compañeros de esclavitud. Dicho regreso
es sin duda el retorno del filósofo-político, quien -si se limitase a seguir
sus propios deseos- permanecería contemplando lo verdadero. En cambio,
superando su deseo, desciende para tratar de salvar también a los demás. El verdadero
político, según Platón, no ama el mando y el poder, sino que usa el mando y el
poder como un servicio, para llevar a cabo el bien. ¿Qué sucederá, por cierto,
con el que vuelve a bajar a la caverna? Al pasar desde la luz a la sombra,
dejará de ver, hasta acostumbrarse otra vez a las tinieblas. Le costará
readaptarse a los viejos hábitos de sus compañeros de prisión, se arriesgará a que
éstos no le entiendan y lo consideren como un loco arriesgándose a ser asesinado.
Esto fue lo que le sucedió a Sócrates y podría acontecerle lo mismo a
cualquiera que actúe igual que él. Sin embargo, el hombre que haya visto el
verdadero Bien tendrá que correr este riesgo y sabrá hacerlo, ya que es el que
le otorga el sentido a su existencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario